sábado, 18 de agosto de 2018

Joyeux anniversaire

Empiezas a hablar. No basta. Ninguna palabra aislada será suficiente, partes con eso. Desplazas tu silencio, confías en la sintaxis y sus redes, recuerdas: dos barras de madera al final de un cerro escarpado, mirando ansiosas el cerro del frente, dispuestas a saltar pero sin los medios (los miedos) para hacerlo; alguien, casi llamado a hacerlo, alguna vez puso una tras otra y otra, por la maravilla de alargar cosas, hasta llevarlas al otro lado. Esta persona no podía saber lo que era un puente, solo maderas ansiosas puestas una frente a otra, no se veía en ellas ni su trama; se dio la vuelta, regresó. Otra, tiempo después, las vio de nuevo (era una mirada distinta) y las cubrió de metal, por la maravilla de hacer brillar cosas, y olvidó las maderas. Años después, alguien las recordó (aquí empezaron ya a vivirse las maderas) y colocó un tranvía exportado: un puente al fin, pensado como tal en el momento en que una familia lo cruza por primera vez, la maravilla de cruzar inaugurada. Tú llegaste inevitablemente tarde, los trenes fabricados en masa y ya vistos desde todos sus ángulos, incluso renderizados en 3D sobre una malla de líneas azules; los rieles saturados de sostener tantas vueltas; las maderas cubiertas, tan obvias que casi impensables; la imagen del puente y sus trenes en movimiento tan conveniente (convincente), obligada a decir ‘‘estoy para que cruces’’. Ya no hay nada que ver, de modo que ves tu mirada, y de pronto (una realización inmediata, extemporal) caes en cuenta de que la infraestructura y las memorias del puente están en ti y te pesan como una extremidad muerta. Vuelves a la imposibilidad de hablar, pero tu mirada rescata el silencio significativo de las maderas.

AG - une nuit de folie

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