Las maucasacas se apoderaron de los días en los que uno no debe retornar al hogar de lo más tarde posible mientras los fumadores eléctricos se mecían entre banqueretas y pasto (tierra muerta por su propia culpa). Las rarezas rocalenses que caían de aquel árbol traían diminutas bolsas con más rarezas dentro y que terminaban por formar parte de unos rostros en neutralidad total, perfectos desconocidos para gracias de los tres mosqueteros con sufijos innecesarios y amediadas risas finalizantes en pitadas constantemente incesantes. Como con voz en off se narra la historia de los niños que pintaban sus nombres sufijeados y pentagramas y carasdegato en el cuerpo rectilíneamente cilíndrico de un cigarrillo blancuzco y limpio. Recuérdese una película antigua con algunos huecos de grabación y entonces visualícese un asiento larguiricho para tres la misma cantidad de cuerpos desaparramados sobre el objeto, todos con cosas en la cara esdeciranteojos esdecirgafas esdecirgafasdesol (excepto uno).
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