Y a veces no entiendo por qué mi pequeño y único confidente llamado Yo se hace, entre las sombras, como bola de pelos de gato escupida (¿o será esculpida?) en forma de mancha negra y viscosa.
Cuando más se le necesita, se esconde, su rutilantez azulada se va tornando negra y termina por desaparecer, dejando un rastro parecido al de un caracol, como ese al que incendiaron los diablillos siameses mientras nos echábamos a reír imaginando a qué se parecía aquella tortura subnormal al indefenso medio baboso rabioso habitante de Vaj.
Y a veces no sé por qué desviarse de lo que se escribe mediante recuerdos de tiempos de paz aparentemente inocua y desternillantemente esfumada, como risas de niños traviesos a lo lejos en un fondo negro infinito.
Quizás es porque los tiempos pasan y parecen no regresar, quizás es porque las esperanzas necesitan más de un ente para sobresalir de un cuerpo existente y real, ¿y qué es real?
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