Mientras los Buda y Alá sesteaban
nos permitieron mofarnos del resto un buen rato
y entonces
los pequeños comedores de aves de franquicia sobrevalorada
que se intrigan por trivialidades disfrutadas por mis risas
y mis silencios
y mis miradas
y las de los mortales que sueltan risas flojas
y asi los de Francovsky
y de los escondites de tela con «no le digas»
se ponen uno sobre el otro cada tanto
y se envuelven mientras ríen
sin escatimar en la fuerza con la que se aferran
y con la que se hormiguean las panzas
y cada vez se les ve mejor
aunque esta vez la violencia les ganó
pero no se ha visto tan mal
al contrario
se les ha plantado un gesto
parecido al de una rutilantez de cronopio enamorado
parecido al de felicidad y placer.